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sábado, 20 de diciembre de 2008

Débito

El otro día por primera vez saqué plata de un cajero automático. Tengo mi tarjeta de débito. Por un lado soy consciente de que es un viaje de ida. Ya no hay vuelta atrás de ello. De a poco comenzaré a llenarme de tarjetas de distinta calaña, comenzarán a llegarme sobres queriendo venderme distintos males y servicios, etc.
Pero es casi increíble la tarjeta de débito. Si ya el billete es algo que no es nada, que sólo vale por lo que simboliza, por las posibilidades de conseguir cosas con ello, pero no por ser una cosa en sí; esta tarjeta es lo mismo pero elevado al cuadrado, porque ni siquiera es dinero, simboliza un símbolo, y además, en cantidades tan altas como yo puedo desear.
Es algo divino. Así como los antiguos adoraban al sol, que les proveía de vida; es lo más lógico y natural que nuestra divinidad sea el cajero automático que nos provee de vida e infinitas posibilidades, a través de una simple tarjeta, que hasta se vuelve cómoda en el bolsillo, simpática, agradable, inofensiva.
A la vez es algo diabólico, es algo que tiene que desaparecer antes de que desaparezca el dinero, cada vez es más difícil pensar en vivir sin que exista el dinero, porque antes de ello va a haber que pensarse sin muchas otras cosas.
Además es una nueva clave para recordar. Ya van los mails, los blogs, las cuentas en mercadolibre, youtube, mis Nºs de dirección, tel, dni, y ahora sumamos esta clave. Cuántas cosas podría hacer con mis neuronas (¿son las neuronas las que hacen esto?) que podría no usar para todo eso. Hasta cuándo sumaré datos de este estilo para recordar.

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