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lunes, 1 de noviembre de 2010

A continuación, un cuento

En Ciudad La Radicheta un día desapareció la parada de un colectivo. Y el colectivo dejó de parar ahí. A la vez tampoco a nadie se le ocurrió volver a esperar que parara. Habían dejado de pensar a ese espacio como posible parada, o como real parada a lo sumo. Extrañamente al poco tiempo desapareció otro cartel y así continuó y la gente en algún caso se lamentó del hecho, pero todos se acostumbraron -como a tantas otras cosas- a caminar esa o esas cuadras de más...
De diferentes líneas, en diferentes avenidas, en diferentes calles... todas podían desaparecer, empezando por el significante.
Ya era demsiado.
Quejas de "los usuarios".
El gobierno para mantenerse en el poder necesita reponer las paradas desaparecidas. Al poco tiempo el gasto público es bastante elevado, todos los días lo mismo. Un ministro tiene una idea: conceder un deseo a quien esté rompiendo las paradas -ya no queda duda de que lo hace alguien intencionalmente. A cambio se le pedirá que no moleste más. El dinero "del deseo" será el que no se gastará en adquirir tantos nuevos carteles.
Anunciado el plan del gobierno, un papel amanece en una parada de colectivos diciendo que el dinero necesario para el deseo que esta persona tiene es superior a lo que se gastaría en un año de reponer todas las señales rotas cada uno de los días.
¿Qué se hace?

Plebiscito.

El pueblo decide que sí. De todos modos hay que hacerlo, es nesario, se pedirá un crédito, de algún modo se hará.

Pero... unos días antes de que se entregue el autor de los hechos -con toda la tensión y curiosidad de la gente en pleno auge- un gato extiende su pata delantera y el colectivo frena, y no hay cartel de parada, y el gato sube. Alguna gente lo ve, lo comenta, se acepta, comienza la anarquía de las paradas de colectivos.

Cada uno construye la parada donde le conviene. Cada uno con su arte, con sus materiales, con su tipo de letra, con sus herramientas. Al poco tiempo muchos colectiveros empiezan a frenar solo donde hay paradas lindas. Las más artesanales y de madera son las más exitosas, pero las hay de todos los tipos: súper enanas, con forma y función de tacho, de un rojo sangre intenso, con forma de globo de pensamiento de historietas.
Dado que el concepto de belleza es subjetivo cada colectivero tiene su propio recorrido. Algunos solo se detienen donde está el escudito de Boca, otros donde la altura del cartel les parece adecuada.
Advirtiendo esto, cada vecino más o menos averigua los gustos de los colectiveros que circulan de madrugada, y ya saben hasta dónde hay que caminar a qué hora. Esos saberes son los que los transforman en verdaderos vecinos. Y esos saberes son un bien preciado, y un orgullo de quienes los poseen.
Hasta que se les ocurre fabricar paradas desmontables, que cambian cuando pasa el colectivo, y así comienza una rotación constante de las paradas, sobre todo a las horas en que los colectivos son un bien escaso.
Lo último que podemos decir es que la ciudad es bastante desordenada. Ineficaz inclusive. Y -como si fuera poco- tiene las paradas más lindas del mundo.

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